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EL CONTROVERTIDO PAGO DE LA BANDA DE DON PEDRO CASTILLO

TEXTO: RAUL RODRIGUEZ PAGES

      Al otro lado del teléfono sonó atronadora la voz de un hombre que –identificándose- dijo ser el todopoderoso Ministro de la Gobernación, don Blas Pérez González.




La sola mención de tal nombre hizo palidecer a su interlocutor, al cual comenzó a temblarle la mano que sujetaba el aparato telefónico, temblor que fue apoderándose del mentón, barbilla y voz, para acabar estremeciéndole el cuerpo entero.

      Alcanzó a emitir por respuesta una serie de sonidos guturales hasta que, como en una exhalación logró pronunciar algo inteligible: “ Ah, ah, ¿a que debo el honor, don Blas?”. La voz recia, firme, contundente que cabía suponerle a todo un ministro, contestó: “Me han dicho que Vd. no quiere pagarle a la banda de don Pedro Castillo”

      

El alcalde, que tal era el que –dicen- hablaba, se deshizo en súplicas y disculpas: “Por Dios, don Blas, ¿cómo puede creer usted tal cosa?. Si ya iba a pagarle. Precisamente, estaba haciendo el libramiento”. 

      El impostor acababa de conseguir que el ayuntamiento pagara a d. Pedro M. Hernández y Castillo, 




burlando al alcalde y a la rigurosa prohibición que condenaba al ostracismo al músico, pedagogo, poeta y compositor. La leyenda pone nombre al burlado, don José Martín Pérez (don Pepe Martín)




y al hecho lo presenta como causa final de su mandato al que calificaban de efímero. El pintoresco suceso, además, tiene fecha aproximada: 1942.

      La realidad documental es otra.
      D. José Martín Pérez no figura entre los alcaldes de El Paso, ni siquiera entre los miembros de su corporación. En las fechas en que d. Pedro M. Hernández y Castillo llenó registro y juzgados de instancias, reclamaciones, demandas y recursos durante once años consecutivos, pasaron por la alcaldía siete personas, ninguna el mítico don Pepe y la mágica fecha del pago fue, por el contrario, aquella en que el ayuntamiento disolvió la banda municipal de música y declaro excedente forzoso a su director, el mentado don Pedro M. Hernández y Castillo. Sobre el papel fue un acuerdo economicista, que libraba al ayuntamiento de las 3.750 pesetas anuales que costaba la dirección de una banda que en 1929 había sido declarada municipal y bien de interés cultural.

      D. Pedro había sido, además, concejal de la corporación de El Paso, con toda probabilidad un “alonsista” a quién su líder insular –don Alonso Pérez Díaz- 




había prologado una de sus obras (Espejo de la Vida) y en cuyo republicanismo moderado, un católico exacerbado como fue el Sr. Castillo no encontró impedimento para ser cargo público en 1930.

      En, por lo menos, una ocasión, el ayuntamiento trató la posible incompatibilidad entre el cargo de director y el de concejal de don Pedro, pero no hubo obstáculo para que siguiera simultaneando ambos y, ya no siendo concejal, cobrando sus emolumentos como director.

      Este episodio de la vida de d. Pedro Martín H. y Castillo ha sido silenciado de las crónicas y biografías oficiales en su municipio, su tardía rehabilitación excluye expresamente su faceta de concejal y ese desempeño puede ser la clave para que las gestoras que tomaron el ayuntamiento tras el 18 de julio del 36 juraran no pagarle jamás.

      Así que, atendiendo la línea documental, dentro del primer semestre de 1949 don Pedro marchó a Tenerife sin cobrar sus honorarios como director y,  a decir del anecdotario popular habiéndosele satisfecho estos. El caso es que nunca más volvió a su pueblo, falleció en junio de 1963 y,  seis años después de esta,  los herederos políticos de quienes le degradaron en 1942, le rehabilitaban en 1969 dándole su nombre a una calle. Tarde, demasiado tarde.